Mucho se ha dicho ya sobre el Feng Shui y, probablemente, con bastantes errores como consecuencia de traducir unas prácticas orientales a unos usos occidentales. Incluso, además, como consecuencia de traducir libros que son traducción de otros, como aquel chiste de la puesta de sol en el gimnasio.
Personalmente, lo de poner un color u otro para que tu vida, o algún aspecto de ella, cambie como por arte de magia, no me convence así sin más. El Feng Shui es una ciencia más que un manual de usos, que es a lo que estamos acostumbrados los occidentales.
A Oriente le interesa el todo; a nosotros, sólo la parte.
Dejando claro, por adelantado, que no soy un experto en Feng Shui, lo que quiero explicar aquí es que la mayoría de "principios" de esta ciencia milenaria ya residen en nosotros, ya sea porque hemos vivido otras vidas haciendo uso de esas creencias, ya sea porque la mayoría son de sentido común. Una vez más, como ya vengo diciendo en anteriores artículos, dejar trabajar esa intuición que nos guía como una brújula evitará que llenemos nuestra biblioteca de libros que acabamos no leyendo. ¿Alguien, razonablemente, pintaría su dormitorio de rojo? ¿O colocaría la puerta de entrada a la casa enfrentada a la de salida al jardín (si lo hubiese) para oír portazos continuamente?
En este mundo regido por el equilibrio y la observación, la energía (el Chi o Qi) es fundamental. El Tai Chi, el Chi Kung, el I Ching y, también, el Feng Shui buscan el enlace entre energía y naturaleza. Este último como sistema geomántico que permite relacionarse con los movimientos generales de la naturaleza y sus cambios climáticos, así como con las influencias cósmicas y telúricas de un lugar determinado para lograr una vida armoniosa, plena y saludable. Sin embargo, de poco nos va a servir todo esto si la ubicación del inmueble y la distribución del piso que habitamos la ha decidido una inmobiliaria con criterios no precisamente geománticos.
La energía es la parte no visible de la forma y la materia. No podemos verla pero podemos sentirla y esta percepción es sólo posible desde el equilibrio. Como decía antes, pretender que un color o un objeto cambie nuestra vida desequilibrada es como pretender que un solo árbol forme el bosque; una vez más, que la parte sea el todo. Debemos cambiar muchas (malas) costumbres antes de escoger el color de la pintura; llegado el caso, esta decisión será intuitiva y natural, lógica consecuencia de nuestra manera de ser y de pensar. No al revés.
Lo positivo, sin embargo, de pretender que un color o un objeto nos cambie nuestra vida es observar, y consecuentemente aceptar, que es una señal de que nuestra vida necesita un cambio, está desequilibrada. De nosotros dependerá, entonces, que optemos por, fácil y simplemente, poner ese objeto y esperar el milagro o, más difícil y profundamente, acometer un cambio sustancial en nuestra existencia.
En la mayoría de los casos es el miedo el que nos hace desistir, bajo formas de no puedo, no tengo tiempo, quizás más adelante, qué dirán los demás, etc. ¿Y, en todo esto, qué pinta el jardín, ya sea contemplativo o no? (Recordad que yo diseño y escribo sobre jardines contemplativos). Sencillamente, es nuestro espacio que, a modo de burladero, nos aísla de las agresiones y tensiones externas; que nos permite recuperar el equilibrio perdido; que nos permite esa observancia y esa mirada hacia nuestro interior; que nos puede dar fuerzas para iniciar ese cambio que necesitamos; que, en definitiva, nos permite ser nosotros mismos sin fingir, y vernos y aceptarnos tal y como somos.
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